miércoles, 28 de mayo de 2014



PROGRAMA DAPHNE


  • Descripción:

Contribuirá a proteger a los niños, los jóvenes y las mujeres de todas las formas de violencia y alcanzar un elevado nivel de protección de la salud. Los servicios formales de ayuda implican a profesionales especializados que siguen protocolos consensuados para actuar en los diversos casos, bienestar y cohesión social.

  • Usuarios:
Niños, jóvenes y mujeres que sean víctimas de la violencia o que estén en peligro de convertirse en víctimas de actos de violencia.

  • Participación en el programa:


El acceso al programa estará abierto a organizaciones e instituciones públicas o privadas que se ocupen de actividades relacionadas con la prevención y lucha contra la violencia ejercida sobre niños, jóvenes y mujeres, la protección frente a ella, el apoyo a las víctimas, la ejecución de acciones específicas para promover el rechazo de tal violencia, o la promoción de cambios de actitud y comportamiento para con los grupos vulnerables y las víctimas de la violencia.


  • Proyecto del programa Daphne:


Asesoramiento a adultos sobre ayudas para niños víctimas de abusos sexuales

Consta de un vídeo de dibujos animados titulado “Beyond belief“ y un folleto con una guía de recursos para los padres. El folleto pretendía ser una herramienta de uso general para profesionales, profesores,voluntarios y servicios involucrados en este tema. 

La primera fase del proyecto consistió en llevar a cabo estudios y consultas sobre los contenidos.

La historia que relata el vídeo se basa en los conocimientos y las experiencias de los diferentes socios locales, nacionales y europeos (Austria, Alemania e Italia) y un grupo de padres de niños víctimas de abusos sexuales. Se entrevistó a padres y cuidadores de niños que habían sufrido abusos y se recogieron opiniones útiles de las fuerzas policiales, los servicios sociales y de salud.

En una segunda fase se alcanzó un acuerdo sobre los contenidos, el diseño y la producción del vídeo de dibujos animados.

La película demuestra que, con fuerza e ingenio, los padres pueden encontrar
diferentes maneras de apoyar a sus hijos. También, subraya que los niños pueden sobrellevar esa experiencia siempre que se sientan queridos y apoyados, lo que les ayudará a entender que no tienen ningún tipo de culpa en lo ocurrido. 

jueves, 22 de mayo de 2014









La homofobia persiste entre los jóvenes españoles



El 77,4% de la juventud ha escuchado insultos homófobos y un 18,2% ha presenciado golpes y empujones a los homosexuales, según un estudio presentado en el Instituto de la Juventud (Injuve) y realizado por el CIS (archivo de descarga) sobre las opiniones y actitudes que tiene la juventud española ante los adolescentes y jóvenes gays, lesbianas, transexuales y bisexuales.
El informe refleja que en el entorno juvenil persisten rasgos "muy evidentes" de homofobia y discriminación en diferentes formas, desde la hostilidad estructural a la violencia física.
Sin embargo, también destaca que un 86,4% cree que debería poder hablarse con naturalidad sobre la diversidad sexual.
Así, el director general del Injuve, Gabriel Alconchel, señaló que el estudio muestra que "hay mayor aceptación pero siguen apareciendo datos preocupantes" y apuntó que "miles de jóvenes siguen sufriendo discriminación sexual en el ámbito educativo". Además, ha recordado que con este informe "tratan de dar un paso más y de aproximarse a que percepciones se tienen y que imágenes y estereotipos son los que imperan en la actualidad".
"Los avances alcanzados durante los últimos años en España nos han convertido en un referente internacional en ampliación de libertades civiles y derechos sociales", ha subrayado. A su juicio, la juventud ha ejercido de educadores de sus padres a la hora de abrir mentalidades y propiciar mayor tolerancia y respeto a la diversidad sexual.
Por su parte, el presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (FELGTB), Antonio Poveda, señaló que "los datos son similares a los que conocían". Además, añadió que "se percibe un avance en el apoyo a los transexuales", ya que, según ha indicado, "el 74% acepta las operaciones de reasignación sexual".
El "rechazo" a los homosexuales proviene principalmente de varones heterosexuales, incluso los de las mismas familias 
Igualmente, afirmó que "resulta urgente comprender y actuar sobre esta problemática, reaccionar ante ella desde las instituciones educativas y los centros de enseñanza y comprometerse en educar a los jóvenes en el respeto, el rechazo a la discriminación y en la vivencia positiva de la diversidad sexual, tanto desde las familias como en las aulas o en la vida social en general". Poveda recordó la "importancia de visibilizar la diversidad familiar", así como que los jóvenes "vivan una escuela sin armarios".
Los datos reflejan un retrato del joven homosexual o bisexual como alguien que se ha visto forzado en "incontables" ocasiones al ocultamiento. Además, ponen de manifiesto que el "rechazo" proviene principalmente de varones heterosexuales, incluso los de las mismas familias.

Las chicas, más tolerantes

Por otro lado, según el informe la población joven que se reconoce como LGTB (lesbiana, gay, transexual o bisexual) es de un 6%, lo que corresponde a 540.000 jóvenes en España y unos 180.000 adolescentes LGB en enseñanza secundaria. Además, un 54,6% reconoce tener amigos gays, un 81,7% acepta relaciones entre varones y un 84,1% relaciones entre mujeres. En este sentido, el estudio pone de manifiesto que existen "diferencias muy marcadas" entre chicos y chicas a la hora de mostrar respeto y tolerancia ante las personas LGTB.
Finalmente, el estudio recoge que dentro de las familias "no existe apenas diálogo" sobre la cuestión de la diversidad sexual.
En esa línea, los jóvenes tienden a asociar a sus padres posiciones de rechazo e intolerancia; un 22 por ciento cree que el padre aceptaría totalmente a un hijo gay y un 47,9 cree que la madre lo haría.

EL VALOR DE LA VIDA

Testimonios de Inmigrantes:

Kenjo, de 38 años, pasó las últimas horas de la noche del 3 de diciembre de 2006 escondido en un gran contenedor de basura junto, con otros inmigrantes cameruneses, en Mariguari, casi pegado a la valla de Melilla. “Llovía a cántaros”, recuerda en una cafetería de un pueblo de Valencia donde reside desde hace más de seis años. Soldador de profesión, no tiene papeles y sobre él recae una orden de expulsión de España. Por eso insiste en que no se publique su nombre.

Era la cuarta vez que iba a intentar entrar irregularmente en la ciudad de sus sueños. En julio de ese año lo había incluso conseguido sin grandes esfuerzos físicos. “Algunos de los agentes marroquíes [del cuerpo para militar de las Fuerzas Auxiliares] que acampan pegados a la verja han escarbado túneles de menos de diez metros que desembocan en Melilla para poder hacer sus trapicheos o para dejar entrar a inmigrantes mediante pago”, prosigue Kenjo.

“Pese a que tenía la entrada tapada localizamos un túnel y cuando los agentes dormían nos introducimos en él, pero una vez en Melilla la Guardia Civil nos cazó y nos expulsó a través de una portezuela en la valla” no sin antes preguntar por dónde habían atravesado. “No se lo dijimos porque quién sabía entonces si no volveríamos a utilizar ese túnel”. El relato de Kenjo confirma, como el de otros muchos subsaharianos, que la Guardia Civil echa manu militari de Melilla a inmigrantes incumpliendo la ley de extranjería que estipula que deben ser llevados a la comisaría más cercana.
Diluviaba tanto aquella madrugada de diciembre que a las cinco Kenjo optó por quitarse las deportivas, “porque empapadas de agua y barro pesaban mucho”, y también parte de su ropa mojada para trepar así por la valla con más agilidad en compañía de tres compatriotas. “Nada más empezar a subir ya nos hirieron las cuchillas”, rememora. “Pero los cortes más profundos me los hice arriba en el abdomen y las manos”, asegura.
“Gracias a Dios logré caer del lado español”, recuerda. Fue trasladado al Hospital Comarcal de Melilla donde le curaron y le cosieron. Tardaron “doce horas, desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde”. “Aun hoy en día me avergüenzo de ponerme en bañador en una playa”, afirma mientras muestra las cicatrices en brazos y piernas.
José Palazón, responsable de la ONG melillense Prodein, que le conoció durante una visita al hospital, le encontró en la cama “todo vendado, piernas, brazos y manos y abdomen”. Al haber trepado semidesnudo fue más vulnerable a las cuchillas. Aunque sea pleno verano los subsaharianos trataban entonces de escalar con varias capas de ropa para protegerse algo de las cuchillas.
“Las cuchillas de la verja desgarran hasta los guantes industriales”
Los cortes de Kenjo eran “impresionantes”, según Palazón, pero no fue el peor parado. Sambo Sadiako, un senegalés, quedó enganchado en lo alto de la valla de Ceuta una noche ventosa de 2009 y “murió desangrado por la fuerza de un viento que golpeó su cuerpo contra una de esas alambradas” salpicadas de cuchillas, escribióCarmen Echarrí, directora del periódico El Faro de Ceuta.
Kenjo no solo tenía incisiones. Tenía una bala o un perdigón “alojado justo encima del tobillo”, asegura. Ante el grupo compacto de subsaharianos que, de sopetón, corre hacia la valla los militares y antidisturbios que la custodian del lado marroquí optan primero por apartarse, pero cuando empiezan a trepar les golpean, les tiran piedras y hasta les han disparado con escopetas de postas y de perdigones.
“¡He extraído tantas postas de las piernas, las nalgas y las espaldas; he cosido tantas heridas de las cuchillas!”, recuerda con una sonrisa amarga Bertín Makoumson, camerunés de 44 años, que vivió nueve meses en el monte Gurugú, que domina Melilla, con los ojos puestos en la ciudad que estaba a sus pies. Las concertinas, como llama el Ministerio del Interior a las cuchillas, “cortan hasta los guantes industriales que algún compatriota consiguió en una obra y se puso para saltar”, sostiene. “Nunca he visto una amputación, pero los cortes en los tendones de la mano, que no podíamos operar, sí dejaron a algunos discapacitados”, rememora.
Makoumson, que reside legalmente en Bilbao donde trabaja para una agencia de publicidad, estudió biología en Nigeria y trabajó incluso en un laboratorio. “Hablo francés e inglés y era lo más parecido que había allí a un médico; por eso hice de enfermero en el monte, primero con medicamentos caducados que sacábamos de la basura y después con los que nos proporcionaba la ONG Médicos Sin Fronteras”, relata paseando por la capital guipuzcoana.
“Cada vez que los chavales se marchaban rumbo a Melilla, los que no lograban saltar volvían todos heridos”, prosigue Makoumson. “La mayoría de los traumatismos los causaba la alambrada y, en segundo lugar, los golpes que propinaban las fuerzas de seguridad marroquíes”, añade. “Se ensañaban sobre todo con las articulaciones para que los inmigrantes para quitarles las ganas de volver a escalar la verja durante meses”.
Sambo se desangró al golpear el viento su cuerpo contra la alambrada
Makoumson nunca logró cruzar a Melilla –acabó llegando a nado a Ceuta en 2007- pero tampoco se hirió en la valla. “Desarrollé una técnica”, explica. “Las cuchillas de la parte inferior se sorteaban con escaleras de madera fabricadas en el monte y las de arriba yendo despacio; cogiendo el alambre pero evitando las hojas y, una vez del lado español, dejándose caer de frente a la verja con las manos agarradas al enrejado hasta que no diera más de sí”.
El alambre entremezclado con hojas cortantes fue instalado en el otoño de 2005 por el Ministerio del Interior junto con sirgas de acero, mallas metálicas y un sistema de dispersión de líquidos urticantes que nunca fue empleado. Ceuta y más aún Melilla habían padecido ese año una presión migratoria sin precedentes -5.551 inmigrantes lograron entrar- a la que el Gobierno socialista reaccionó colocando cuchillas al pie de la valla, del lado marroquí, y en lo alto. A la vista de las heridas que causaban Interior decidió retirarlas a principios de 2007, pero solo de la parte superior de la verja melillense. En Ceuta se mantuvieron.
La multiplicación de los asaltos a la valla de Melilla en 2012 –con 2.186 entradas irregulares- y en lo que va de año ha incitado al titular de Interior, Jorge Fernández Díaz, a volver a colocarlas en los tres kilómetros más calientes del perímetro fronterizo sobre un total de doce. Sostiene el ministro que “no son agresivas”, que solo causan heridas “superficiales” pero que son “disuasorias”. ¿Lo son? “Para nada, con o sin ellas los africanos lo seguirán intentando”, contestan al unísono Kenjo y Makoumson desde su lugares de residencia. Makoumson se declara satisfecho por la vida que lleva en España. Kenjo, en cambio, está desilusionado, pero no se arrepiente de haber emigrado.

LA FUERZA DEL HAMBRE

Las víctimas del bochornoso espectáculo que contemplamos a diario en el perímetro aislante (¡oh, cuán higiénico!) de Ceuta y Melilla ignoran las leyes inicuas que rigen el mundo desde la caída de los regímenes seudocomunistas y del desmantelamiento paulatino del modelo socialdemócrata del Estado providencia: la desregulación caótica de los mercados financieros del casino global y el desequilibrio comercial que favorece a los países de tecnología avanzada a expensas de los que no pueden exportar más que materias primas y mano de obra barata. Huyen de la miseria, de los tiranuelos heredados del antiguo poder colonial, de las guerras étnicas o tribales con su secuela de matanzas y éxodos. Han atravesado miles de kilómetros a través del desierto, sufrido el abuso de las mafias, soportado el rigor y las trampas del clima en una huida adelante de meses o años en busca de un refugio para afrontar al fin el último obstáculo: una doble verja de seis metros de altura con alambres de espino y cuchillas “no agresivas sino disuasorias” en palabras de nuestro ministro del Interior.

Agrupados a las puertas del soñado El Dorado europeo aguardan la ocasión favorable para trepar por las alambradas sin otra arma que su tenaz instinto de vida. Los vemos escalando las vallas de acero y concertina, encaramados en su cima o izados como una bandera en lo alto de un poste. Las fuerzas del orden les aguardan al pie con sus porras, escudos y cascos para la llamada “devolución en caliente” y no obstante eso se dejan caer en racimos para abrirse paso entre ellas y correr si lo logran en un iluso maratón victorioso camino de los inhóspitos y abarrotados centros de acogida en donde se arracimarán semanas o meses a la espera de una siempre aleatoria resolución del destino.
¿Puede una persona ser ilegal, me pregunto, por nacer donde ha nacido?
La indiferencia a cuanto ocurre en las avanzadillas de la Casa Común Europea por parte de unas sociedades adormecidas o anestesiadas por el credo neoliberal del sacrificarse hoy mediante severos ajustes y recortes sociales que conducirán, proclama, a la futura recuperación y abundancia (¡siempre la misma canción!) no es fruto del desconocimiento como lo era aún hace un par de décadas: ahora todo se ve en directo y nadie puede alegar ignorancia. El silencio es complicidad.
La indignación me sobrecoge: es la de la impotencia ante estas imágenes reiteradas que abruman la conciencia de un ciudadano recluido entre papeles y libros. Contemplo lo que discurre en la pantalla con un amargo reproche al mundo y a mí misma. Los candidatos a inmigrantes subsaharianos desfilan ante mis ojos revestidos de una agreste belleza moral. ¿Puede una persona ser ilegal, me pregunto, por nacer donde ha nacido? Los que trabajan clandestinamente en España lo hacen en condiciones de precariedad porque hay empresas que se valen de su desamparo para enriquecerse al margen de la legalidad. La próspera economía sumergida vive de esa vulnerabilidad. La naturaleza tiene horror al vacío y el trabajo que rehúsan los ciudadanos de Schengen será ocupado por quienes arriesgan su vida para subsistir y ayudar a sus familias. Al acecho del gran salto en los bosques vecinos de la verja o aupados en ella encarnan el derecho elemental a la vida, el pan y la libertad.
Los rostros de los subsaharianos (hay también en los promiscuos centros de acogida mujeres con niños) me interpelan con fuerza muda. Y una vez más, en mi desaliento, recurro como en otros momentos de mi vida a las palabras de Antonin Artaud: “Lo más urgente no me parece tanto defender una cultura cuya existencia no ha salvado nunca al hombre de su aspiración a una vida mejor y del apremio del hambre, como extraer de la llamada cultura unas ideas cuya fuerza sea idéntica a la del hambre”.